Después del 8 de diciembre (día que la Iglesia Católica celebra la Inmaculada Concepción y el Sodalicio su fundación) empezaban para mí los preparativos para la celebración de la Navidad. Durante 15 años la organización de la cena navideña, que iniciaba a las 10:00PM del 24 y terminaba a las 5:00AM del 25, estuvo a mi cargo. Eso implicaba todo lo que estaba de la “mesa hacia arriba”; es decir, desde la vajilla y arreglos de mesa hasta la comida en sí misma para aproximadamente 120 personas y Figari.
Además de la cena habían otras cosas más que hacer para celebrar la Navidad como, por ejemplo, preparar un sketch que fuera del agrado de Figari y eso era para quienes vivíamos a su servicio un verdadero suplicio y una fuente extra de estrés porque, mientras él hacía sus horrorosos dibujos en computadora o se dedicaba a ver películas, dormir y comer, el resto teníamos que sumar a nuestras actividades serviles primero las reuniones interminables para definir una temática y un guión, y, luego, los ensayos nocturnos. Más de una vez no presentamos el bendito sketch porque era mejor así que enfrentar la furia del superior general.
Para poder armar la cena se obligaba a todas las comunidades a entregar un pavo de más de 10Kg de peso y otros alimentos preparados, dependiendo del número de personas que vivían ahí, llevar panetones de marcas específicas y postres, muchos postres, porque a Figari le encantaban los dulces. Hubo un año en que se hizo un concurso de postres entre todas las comunidades para que él pudiera saciar su desordenada e ilimitada pasión.
Todo esto resulta un tanto anecdótico y, para los que disfrutaron de estas cenas bacanales, puede ser que estas hayan sido experiencias inolvidables. Sin embargo, no habían mozos ni cocineros; entonces, los que tenían a cargo la alimentación de cada una de las comunidades procuraban ayudar a quienes vivíamos en la Comunidad San José y, particularmente, a mí y los pocos que constituían mi equipo.
Lo previo. El día 23, sí o sí, teníamos que participar de la liturgia de las “puertas cerradas”, pasadas las 10:00PM. Esta ceremonia presidida por el superior de la casa solía ser una exhortación brutal, algo así como un “recuerden mierdas” porque se suponía que, en medio de tanta actividad habíamos perdido de vista lo esencial, en medio de la rutina y los mundanos quehaceres. Esta liturgia servía para “preparabamos” a celebrar la Navidad y servir a los demás con alegría y con la misma sencillez con la que Cristo nació en un humilde pesebre, en medio de muchas dificultades y carencias. Claro, el 25, de madrugada, todos nos tragaríamos la culpa y comeríamos, con la misma “sencillez” del nacimiento del Salvador, tremendo banquete. Pero, en fin, así eran las cosas.
Detrás del telón, para mí la Navidad nunca fue una celebración. Por el contrario, era un momento de exigencia extrema en el cual cocinaba varios kilos de arroz árabe, con aceitunas y algo de arroz blanco; cada víspera de la Navidad condimentaba más de 10 pavos grandes, incluso con sazones distintos y los llevaba a hornear al hotel que colindaba con San José; alguna vez yo mismo horneé los pavos. Luego, con ayuda de quienes podían, cortaba los pavos, los colocaba en fuentes adornadas, separando pechuga de piernas y, para conservarlos hasta la hora de la cena, creaba un ambiente ventilado en el comedor de una de San José II usando todos lo ventiladores que cada quien guardaba en su dormitorio.
Algo que pocos saben, durante la liturgia de Navidad, el 24, en la cual decenas de sodálites se reunían en el inmenso jardín de San José II, a pocos minutos de la medianoche, para cantar villancicos y darse el abrazo navideño, yo permanecía a oscuras en la cocina de San José I verificando que toda la cena estuviera lista tan pronto regresaran de esa actividad. Siempre miraba a través de las ventanas de la cocina cómo los demás celebraban mientras yo preparaba la cena de Figari, usualmente pollo a la plancha, porque él no comía pavo ni las ensaladas. Nunca participé de esas celebraciones y dudo que alguien notara mi ausencia.
Luego de todo ese ajetreo, ya con la luz del día, descansaba tanto como podía para salir a almorzar con mi familia que, como comprenderán, era lo último que quería hacer pues era otro tremendo ajetreo extra, porque había que pasearse por las casas de los otros que vivían en la misma comunidad y que hacían lo mismo, visitar a sus padres en Navidad. Solíamos llegar de noche, aunque no pasara más de 2 horas y media con mi familia, porque la movilización por diversos distritos de Lima y el regreso a Santa Clara tomaba varias horas. Tan pronto llegabamos todos nos “preparabamos” para la Misa de Nochebuena que, en el momento menos pensado antes de la medianoche ocurriría, tan pronto Figari dejara de dormir y le diera la gana que comience la Misa. A eso, le agregaba tener que preparar la cena para Figari y para los demás; obviamente, restos de la cena de medianoche para el pueblo y algo especial para el rey.
Eran dos días seguidos de muchísima actividad y estrés, de cenas nocturnas y atenciones especiales para Figari, de escuchar sus sermones el 25, usualmente ya madrugada del 26 y, usualmente también, cargados de críticas y correcciones durísimas. Lo mejor que podía pasar un 25 en la noche era que la Misa fuera temprano (alrededor de las 9:00 de la noche) y, lo más importante, que Figari comiera solo en su cuarto. Claro, nunca solo, siempre yo estaba presente alimentándolo; pero, por lo menos, no hablaba tanta cojudez ni hacía daño a otros con sus comentarios.
¡Qué difícil era decir FELIZ NAVIDAD!