Perteneciente a la casta sagrada, Jubugu es uno de los antiguos discípulos del fundador, que siempre ha vivido muy cerca del poder. Su casta le impedía ejercer la autoridad como superior; sin embargo, es una persona autoritaria y muy exigente con los demás que manejaba sobresalientemente el arte de la destrucción de la autoestima en quien osara enfrentarlo. Poco dado a las actividades sagradas, manifestó desde muy joven una impresionante capacidad para el manejo de los recursos económicos de la comunidad.
Jubugu proviene de una familia adinerada y el “don” para generar riqueza no era una excepción en este personaje sagrado. Sus manos eran tan diestras para manipular los finos ornamentos y espléndidas ropas litúrgicas, como para manejar el dinero y las inversiones. Hombre de gran visión, audaz para invertir y muy escrupuloso para recoger los frutos de sus operaciones. Su sabiduría, junto a la de Juluau, fue la que alimentó al SCV en tiempos de crisis y generó la prosperidad económica que hoy tiene esta comunidad de vida consagrada.
El aparato económico y sus bien aceitados engranajes es lo que mejor funciona en el SCV y el gran mentor de este progreso es el visionario Jubugu. Yo fui su aprendiz por más de 10 años y puedo dar fe de su pragmatismo frente a la realidad de las personas y de la institución. Poca empatía y mucha torpeza en las relaciones humanas, así como mucha acción y poca reflexión en la vida intelectual. Grandes amistades y mucha influencia, entre empresarios y mandatarios dentro y fuera del Perú. Su fama lo precedía en América y Europa como uno de los hombres fuertes del fundador, encargado de cerrar los negocios cuando estos se presentaban.
Jubugu fue muy amigo del poderoso Godoko, quien murió en combate despidiendo “olores de santidad” primero y luego “olor a azufre” para el fundador y sus discípulos. Jubugu algunas veces confesó algo de sus intimidades conmigo y me expresó su lamento por haber sido cómplice junto a Godoko en permitir que el fundador tuviera un poder ilimitado. Este personaje sagrado sabía perfectamente que el fundador me maltrataba cotidianamente pues hablábamos de eso en las sesiones de dirección espiritual; sin embargo, nunca fue capaz de enfrentarlo para librarme de ese maltrato que se prolongó por 18 años y que dejó huellas y heridas en mí que probablemente serán imborrables. Esta complicidad del silencio no era solo suya sino también de otro de los grandes, Earava, reconocido como el sucesor luego de la muerte de Godoko.
Es claro que la vestimenta no hace sagrado al hombre y aunque sus oscuras prendas reflejaran un carácter sacro, su soberbia y falta de empatía con quien sufría un martirio cotidiano —como él mismo decía de mí— no hacen sino reflejar lo más mundano de la humanidad. La incoherencia de su vida, sus lujos ocultos, sus gustos por la buena comida y el buen vino eran conocidos y respetados por todos, tanto como la hipocresía para negar los abusos de los cuales fue testigo en mí y en otros. Quien es realmente Sagrado y poderoso juzgará las omisiones y los actos impuros de quien vistió el traje de la casta sagrada.