Juauvú el roble

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Juauvú es uno de los “ancianos” del SCV, vinculado durante muchos años al manejo empresarial y un poco a la vida intelectual. Una de las personas más inteligentes que he conocido, de gran fortaleza física y de voluntad. Muy ágil y astuto. Aunque pocos lo saben, escribe poemas de una gran hondura existencial que dibujan la experiencia del dolor de manera muy realista.

Enseñó lógica a los aprendices de San Bartolo a principios de los 90s y ejerció varios cargos en empresas del SCV, lamentablemente sin mucho éxito porque Figari lo retaba constantemente por las pérdidas económicas. Fue además superior en varias comunidades dentro y fuera del Perú; y también ha formado parte del Consejo Superior.

A pesar de ser un discípulo de confianza para el fundador, Juauvú tuvo que soportar estoicamente insultos y humillaciones por parte de Figari en muchas ocasiones. El motivo y su pecado era ser tan inteligente. El fundador no lo soportaba por eso, y trataba por todos los medios de demostrar que, a pesar de ser menos inteligente, Figari era superior por su intuición y astucia. Juauvú soportaba todo esto en silencio.

Esta humillación se realizaba en público bajo el pretexto de que Juauvú viviera la virtud de la “humildad” y quienes éramos testigos de este maltrato simplemente observábamos impotentes sin hacer nada. A mí esto me costaba mucho soportarlo porque siempre pensé que Juauvú era un buen hombre.

Durante las llamadas “experiencias comunitarias” Juauvú dirigía algunos de los diálogos sobre los aprendices, haciendo un extraordinario despliegue de su inteligencia, hasta muy tarde. Al día siguiente era el primero en despertarse y levantar a los aprendices para llevarlos a correr varios kilómetros y, usualmente, llegar primero. Regresar a la comunidad y volver a salir para trabajar durante todo el día.

Este admirable ritmo y entrega por los fines y proyectos del SCV era “recompensado” con el maltrato de Figari. Lo que vivió Juauvú durante años fue una experiencia común con otros miembros del SCV que, por motivos diversos y más de una vez absolutamente ridículos, eran maltratados por el fundador. Quien no le caía bien a este ser era rechazado y sufría las consecuencias del narcisismo de Figari.

Por este tipo de cosas y otras más el SCV estaba hecho a la medida del ego del fundador y funcionaba de acuerdo a su narcisismo durante los largos años en que fue superior general. Sin embargo, al dejar de serlo sus discípulos más fieles se han asegurado de “proyectar” el espíritu de Figari entre los pocos miembros que quedan y en cada paso que han dado en medio de la honda crisis por la que pasa la comunidad, por ejemplo, en el proceso de investigación de los abusos cometidos y en la reacción del SCV a través del llamado proceso de “reparación”.

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