El método de oración

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El 12 de setiembre de 1972 el sacerdote marianista Gerald Haby publica un texto titulado “El método de la oración interior de la Sodalitium Christianae Vitae”, en el cual se argumenta la necesidad de la oración y se dan pautas con las que se define esta actividad espiritual, como por ejemplo, cuando afirma que “rezamos porque estamos convencidos que el cristiano es un militante que trabaja rectamente solo cuando conoce la voluntad de Dios y la aprende en la oración” y cuando se define que “hacer oración es elevar nuestro espíritu (mente) y nuestro corazón (sentimientos) a Dios…”.

Al continuar la lectura de este texto encontramos un lenguaje espiritual con términos muy usados por los grandes maestros espirituales de la Iglesia con expresiones como “voluntad” de Dios y “deseos instintivos”, que son rechazados por Figari por darle un acento desmesurado a la razón, en desmedro de los sentimientos en la aproximación a Dios. Es estilo militante era una de las expresiones o síntomas de un explícito descuido de la afectividad en la oración y la liturgia. Dicha característica, además, se manifestaba en un desprecio hacia caminos de vida espiritual en los cuales los sentimientos jugaban un papel más protagónico, como es el caso de los movimientos carismáticos.

Mientras que la gran importancia de la razón se manifiesta en la aproximación literal y hasta fundamentalista a la Escritura. En general, el menosprecio de la afectividad termina por alejar al sodálite de la experiencia humana sana que se puede vivir en muchos ámbitos, como la amistad, la relación de pareja en una familia, la relación entre padres e hijos, la relación con la familia, etc. Este es uno de los motivos por los cuales para un sodálite le es tan complicado comprender la experiencia de sufrimiento humano.

La afectividad, sin embargo, es una dimensión de la persona que no puede simplemente “desconectarse” sin que este intento tenga consecuencias serias, como puede ser el caso de relaciones de amistad intimistas y posesivas que pueden desembocar en expresiones desordenadas de la sexualidad que, lamentablemente, han evidenciado varios sodálites ­—de los cuales se sabe públicamente los nombres de 6 o 7, pero lamentablemente serían varios más—.

De todo lo dicho, es una pieza fundamental el método de oración de Figari —distinto al marianista—. El padre Haby explica la etapa central de la oración, el “cuerpo” de la oración de esta manera: “en esta parte de la oración, empezamos el ejercicio de la mente y del corazón, ejercicio que es fundamental en ella”, a lo que añade que “hay que hacer trabajar la mente, para que produzca consideraciones capaces de despertar sentimientos que nos conmuevan a la acción”.

Como se aprecia en las palabras de quien fue referente espiritual de la SCV, la concepción unitaria de la persona es clara, puesto que la mente tiene que mover al corazón y este a la voluntad. Figari mutila esta unidad y extirpa los sentimientos, los menosprecia, y con esto queda un binomio entre mente y acción, que desconoce al corazón. Considerando que la mente es regida no por la Palabra de Dios sino por la Palabra de Dios leída bajo el filtro del Plan de Dios.

No recurre al tradicional concepto de voluntad divina sino de que utiliza el de plan, con la excusa de evitar el voluntarismo divino y resaltar la racionalidad de la voluntad; sin embargo, lo que está de fondo en esa racionalidad divina es que todo aquel que no obedece su voluntad se condena —se va al infierno, en sentido más literal—, y ¿quién interpreta el Plan de Dios?, Figari, puesto que él o alguno de sus discípulos amados o los iniciados como apóstoles son los que tienen la visión objetiva del pensamiento divino. “Objetiva”, justamente, porque se desconecta de la subjetividad de los sentimientos y de los propios criterios.

He ahí una de las piezas fundamentales de la destrucción del pensamiento propio y de la sujeción absoluta de la voluntad, contexto en el cual la libertad queda aniquilada. El método de Figari estaba diseñado para uniformizar a los sodálites en un mismo pensamiento, no para dar unidad en cuanto a la “espiritualidad, estilo y disciplina” sodálites —como sostenía el “fundador”— sino para generar robots que vivan una obediencia ad cadaverem —como un cadáver—.

Si la oración del sodálite era “libre de sentimientos”, entonces, la vida cotidiana también lo sería puesto que Figari inculcaba que este método debía ser el que rija la comprensión de la realidad toda, eliminando la subjetividad al subordinarla totalmente a la razón “objetiva”, cuando en realidad dicha razón era la instaurada por la subjetividad de Figari, afectada por el desordenado afán de poder y posesión del otro para servirse de él como de un autómata destinado a cumplir con los deseos del fundador, deseos que, como sabemos, cayeron en la oscuridad y la inmoralidad.

Si la SCV hubiera continuado adherida a la espiritualidad marianista, que estaba engarzada con la tradición espiritual de la Iglesia, es muy probable que la historia del SCV sería otra; sin embargo, la corrupción entró con Figari y el resultado es visible para muchos. El carisma fundacional se perdió y Figari se adjudicó, con una autosuficiente humildad —evidentemente contradictoria en sí misma— el rol de fundador que, en cierta manera le corresponde, pues la SCV se transforma en el SCV, la reforma o inyección de vitalidad para los marianistas en el Perú, se transforma en la organización sectaria de Figari que, lejos de tener una experiencia espiritual intensa que compartir al mundo, por gracia de Dios, tiene más bien un narcicismo que devora la vida que encuentra a su alrededor y hace de ella una zona de dominio, un campo fértil para la expansión del ego del fundador.

Los aromas demoníacos que brotan de esta “experiencia” fundacional de Figari son nauseabundos pero, lamentablemente, muchos sodálites se han acostumbrado a ellos y los transpiran en sus actos.

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