Los aposentos de Augubu estaban llenos de libros de todo tipo, en inglés y castellano, además de algunos objetos antiguos heredados de su noble familia. Era muy consecuente con aquella sentencia evangélica “quien no está conmigo está contra mí”, porque solía ser muy poco afable con quienes no tenía empatía, amigo de los “GCU” (gente como uno, del mismo linaje) que solía rodearse de los de cabellos rubios y ojos claros. Personaje lleno de historias y cuentos, de gran cultura y de mucha lectura.
Sus ojos vivían ocultos tras sus lentes y solía caminar como si algo le picara en las entrañas y con las manos algo levantadas. Excéntrico en demasía, era de los mayores a donde iba. Jamás se le vio entrar en contacto con un balón de fútbol o divertirse viendo un partido en TV, lo suyo parecía ser la caza o el arco, además, claro está, de la lectura y la escritura. Además de leer y comer, escribía y revisaba lo que escribía, seguía escribiendo y seguía revisando, no publicaba.
Dicen que los ojos son la puerta del alma, los ojos de Augubu no llevaban a ningún lado, solo expresaban tristeza y furia descontrolada cuando era sobrepasado por algún evento. No era un líder y aún así fue superior varios años, creo yo por su cercanía a Figari. Era más bien marginal.
Bueno cocinando, solitario pero muy paternal. Sus “amigos” usualmente mucho menores que él eran como discípulos o hijos a quienes apapachaba. Intimista y reservado. Requería de atenciones especiales, aún más desde que fue operado del corazón.
Augubu se pasea por el mundo visitando comunidades, cultivando sus amistades y motivando al estudio; sin embargo, él mismo no es modelo de intelectual porque sus trabajos adolecen de rigor académico y sobreabundan de adjetivos calificativos y ad hominem gratuitos.
Este personaje autosuficiente y poco empático parece haber estado fuera de los aquelarres de poder que se daban al interior del SCV, entre muchos de los “hermanos” mayores y algunos pocos más.
El no haber nunca ejercido la autoridad, me permite, gracias a Dios, tener esta visión de los hechos y, por otro lado, mi edad y el lugar en el que estaba me permitieron ser una persona de confianza para Figari y sus discípulos. A diferencia de otros que fueron obligados a hacer juramentos de confidencialidad, yo tengo plena libertad para narrar estos hechos y describir las personalidades de quienes conocí, sin que esto genere en mí escrúpulo alguno ni culpa.